Alucinada me hallo. Según el último resultado del Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros de la Federación de Gremios de Editores de España, tan sólo un 55% de españoles leyó "algún" libro el año pasado; y digo "algún" porque en ese 55% se incluyen personas que se han un libro en todo un año (según el número de páginas, puede tocar a una por semana...).
Este barómetro incluye otro dato: un 55,6% de los encuestados compraron un libro en 2009... ¡incluyendo libros de texto! (¿También se incluyen los libros de texto en el primer dato?... prefiero no saberlo!).
Las cifras son para noquear a cualquiera; me sorprende haya tantísima gente para quienes la acción de leer no pase más allá de consultar las noticias del periódico, el último folleto del centro comercial del barrio o cotillear en una revista qué tal van los famosos de turno ésta semana. Creo que no son conscientes de la experiencia que se pierden: abstraerse en una historia sin darte cuenta del paso del tiempo (cuántas veces nos habremos pasado de estación por saber que ocurre en la página siguiente..:). La experiencia de abrir un libro desconocido sin saber a dónde te llevará el escritor sorprende con cada tapa que abrimos.
Es probable que ese 45% de personas que no leen ni un sólo libro al cabo del año han debido desilusionarse con la lectura, quizás motivado por esas soporíferas lecturas obligatorias en los años de colegio, donde leer era una obligación y no un placer, sufriendo así un lento desengaño similar al amoroso, ése que va sumando piezas lentamente para acabar uniéndolas en un "no siento nada"... Pero al igual que en el terreno amoroso nunca nos rendimos, tampoco deberíamos hacerlo con la literatura; es cierto que a veces nos defrauda el texto que acompaña un gran titular, pero en otras ocasiones el narrador nos fascina y nos imbuye en la historia, haciéndonos cómplices o protagonistas, aventureros, almas errantes o seres fantásticos.
¿No es maravilloso?
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